domingo, 17 de abril de 2016

FLORES EXÓTICAS


Mónica Marchesky
NOTA: Mención con publicación en Primer Concurso Nacional Paco Espínola (Biblioteca Nacional)


Me encontré de pronto en una difícil situación económica. Mis pinturas ya no se vendían, mis cerámicas habían sido desplazadas por los novedosos motivos chinos, que invadieron el mercado destrozando mi empresa. La casa que alquilaba, con el depósito al fondo que cumplía con los requisitos de un atelier, me estaba resultando costosa, la casera ya estaba sobre mis huesos, evaluando lo que pudiera embargar de mi escasa producción.

Había un furor en toda Europa por imitar la porcelana Ming, furor que acá en Holanda se acentuaba aún más, nuestros artesanos se perfeccionaban cada día, sacando al mercado unas finas y delicadas líneas de jarrones, azulejos y platos.
Mientras todo eso pasaba, surgió de pronto un ceramista que contrariando los motivos azules de hermosos paisajes o frutos en relieve, empezó a fabricar piezas con flores, negras, caobas, naranjas y púrpuras sobre fondo blanco. Esa fue la gota que derramó el vaso; decidí ir a visitarlo, no nos conocíamos, por lo cual no importaba si me presentaba como pintor o simplemente como un comprador atraído por la novedosa rebeldía que acaparaba la atención de sus piezas.
Cuando estuve frente a él, todo el discurso que había venido ensayando mientras caminaba por el costado de uno de los tantos canales que cruzan la ciudad, se me olvidó. Atiné a darle la mano y decir: Soy un vecino curioso... maldije al instante mi tan distraída conciencia que casi descubre el verdadero motivo que me traía a su atelier.
Su mirada me recorrió clínicamente, lentamente, de arriba abajo y rogué que no me mirara a los ojos, de lo contrario me delataría, nunca fui bueno para mentir. Luego de unos minutos en silencio me contestó ya de espalda.
-Pase... ¡pero no toque nada! –me dijo enseñándome el dedo índice de manera autoritaria. Esa frase la conocía yo muy bien, porque era la que repetía cada vez que la casera hurgaba en mis piezas, dejando sus huellas en la cerámica fresca.

MONARCAS




Cuando divisó la primera mariposa monarca supo que estaban cerca. Debía realizar el informe al centro de investigación; ubicado en las montañas de México central.
Anotó: hora 6 a.m.  Danaus plexippus.
Había comenzado la visita de estos pequeños lepidópteros que año tras año recorrían miles de kilómetros para aparearse y reproducirse.
Como entomólogo siempre lo había asombrado la metamorfosis total que sufren estos insectos, primero los huevos, luego las hambrientas orugas que se sirven de todo alimento, desde plantas, hasta insectos más grandes, desarrollando así su metabolismo dirigido a la crisálida y finalmente la mariposa adulta...
Arrastró su cuerpo y pertenencias hacia un cubículo de observación al abrigo del frío y se dispuso a esperar. Tenía todo, cámara fotográfica y chocolate para amortiguar los efectos del invierno que este año se presentaba más frío que de costumbre. Los árboles y arbustos no estaban en las condiciones óptimas que necesitan estos insectos para reproducirse. Estudiaría el comportamiento de la colonia en un ambiente desacostumbrado hasta ahora.
De pronto empezaron a divisarse mariposas oscuras africanas, esto era algo nuevo, no había registros al respecto.
Anotó: hora 8 a.m. Princeps Nireus.
Estas mariposas utilizan la luz para comunicarse; y era lo que estaban haciendo. Volaban en pequeños tramos y se detenían a absorber la luz ultravioleta que luego remitían en luz fluorescente azul-verdosa, atendiendo a una clave. Se fueron acercando cada vez más al cubículo de observación, mientras sus alas transmitían incesantemente.
En un instante la nube naranja y negra ocultó el cielo y un sonido único lo ensordeció. Las monarcas lo tomaron por sorpresa, inundando el cubículo de observación, atropellándose entre ellas, apareándose y antes de que pudiera arrastrarse hacia el exterior, lo inmovilizaron con arneses de seda y en cada agujero de su cuerpo depositaron los huevos hasta ahogarlo.

 Mónica Marchesky

HORMIGAS EN EL ASCENSOR

 Mónica Marchesky

Desperté, con extraños olores a vegetación saciada por la abundante lluvia de la noche. Los hongos proliferaban en la base de los pinos y eucaliptos, anaranjados, de formas irregulares.
El bosque alrededor de la casa le otorgaba un sombrío encanto. Acudo a ella, cuando necesito descanso y tranquilidad. La soledad se siente, se puede ver su respiración entre las ramas. Mi perro Boby, compañero inseparable, rascaba la puerta para salir al patio. Desayuné y salimos a dar el acostumbrado paseo, ese ejercicio hacía olvidar el bullicio de las capitales de asfalto, al cual regresaría al cabo de uno días. Recordé que debía ir al almacén de ramos generales del pueblo y rodeé la finca lindera buscando el atajo que se había formado por costumbre de los pasos. 

Mi vecina era una mujer quisquillosa, los años la habían invadido por completo, no le gustaba la limpieza y juntaba todo tipo de objetos. Desde que había llegado no la había oído, algo extraño, porque hablaba sola y se reprendía cuando algo de ella misma no le gustaba. Una mano levantada de mi parte y un gruñido de ella era nuestro saludo. Toqué su puerta, nadie me contestó, miré por la ventana y la vi sentada al lado de la estufa, volví a tocar, ella seguía sin moverse y vi a Boby a su lado, pensé que algo estaba pasando. 

Me pregunté por dónde habría entrado el perro, pero recordé que ella hacía huecos en la tierra, acostumbraba a entrar y salir por esos pasadizos que vaya uno a saber que extraña satisfacción sentía al pasar por esos laberintos húmedos. Empujé la puerta, el perro comenzó a ladrar. 
La anciana estaba muerta, hinchada, con un color repugnante; salían de su boca hilos de hormigas, las cuales habían formado un enorme hormiguero en el interior de su cuerpo y se alimentaban de sus fluidos, que como mieles endulzaban sus pequeñas formas. 

Por un momento quedé sin aliento, luego, me puse a observar el trabajo de las hormigas que parecía que cuidaban con amor su preciado tesoro de dulces. Finalmente, cuando me vi rodeada por ellas, tomé a Boby en mis brazos y lo alejé del lugar. Llamé a la policía, nada encontraron más que basura y desorden. El cuerpo de la anciana ya no estaba, tal vez lo habían trasladado a uno de los interminables recovecos cavados en la tierra. 

Lo cierto es que ahora que estoy llegando a mi casa de la ciudad, que he tomado el ascensor con mis bultos y mi menudo perro, me doy cuenta que está demasiado rellenito, tal vez los días de descanso que tuvimos en el bosque lograron ponerlo en ese estado...