Mónica Marchesky
Desperté, con extraños olores a vegetación saciada por la abundante lluvia de la noche. Los hongos proliferaban en la base de los pinos y eucaliptos, anaranjados, de formas irregulares.
El bosque alrededor de
la casa le otorgaba un sombrío encanto. Acudo a ella, cuando necesito descanso
y tranquilidad. La soledad se siente, se puede ver su respiración entre las
ramas. Mi perro Boby, compañero inseparable, rascaba la puerta para salir al patio.
Desayuné y salimos a dar el acostumbrado paseo, ese ejercicio hacía olvidar el
bullicio de las capitales de asfalto, al cual regresaría al cabo de uno días.
Recordé que debía ir al almacén de ramos generales del pueblo y rodeé la finca
lindera buscando el atajo que se había formado por costumbre de los pasos.
Mi vecina era una mujer
quisquillosa, los años la habían invadido por completo, no le gustaba la
limpieza y juntaba todo tipo de objetos. Desde que había llegado no la había
oído, algo extraño, porque hablaba sola y se reprendía cuando algo de ella
misma no le gustaba. Una mano levantada de mi parte y un gruñido de ella era
nuestro saludo. Toqué su puerta, nadie me contestó, miré por la ventana y la vi
sentada al lado de la estufa, volví a tocar, ella seguía sin moverse y vi a
Boby a su lado, pensé que algo estaba pasando.
Me pregunté por dónde
habría entrado el perro, pero recordé que ella hacía huecos en la tierra,
acostumbraba a entrar y salir por esos pasadizos que vaya uno a saber que
extraña satisfacción sentía al pasar por esos laberintos húmedos. Empujé la
puerta, el perro comenzó a ladrar.

Por un momento quedé
sin aliento, luego, me puse a observar el trabajo de las hormigas que parecía
que cuidaban con amor su preciado tesoro de dulces. Finalmente, cuando me vi
rodeada por ellas, tomé a Boby en mis brazos y lo alejé del lugar. Llamé a la
policía, nada encontraron más que basura y desorden. El cuerpo de la anciana ya
no estaba, tal vez lo habían trasladado a uno de los interminables recovecos
cavados en la tierra.
Lo cierto es que ahora
que estoy llegando a mi casa de la ciudad, que he tomado el ascensor con mis
bultos y mi menudo perro, me doy cuenta que está demasiado rellenito, tal vez
los días de descanso que tuvimos en el bosque lograron ponerlo en ese estado...
No hay comentarios:
Publicar un comentario